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  • Foto del escritorAdriana Hidalgo

LINDO QUITO DE MI VIDA


Yo nací aquí, a 2810 metros en la capital más alta del mundo. Me dicen que el clima ese día estuvo perfecto porque nací en primavera. Unos años después me di cuenta de que no era tan especial porque en mi ciudad la primavera es eterna.


Aprendí a caminar en calles de piedra donde caminaron personajes que cambiaron el rumbo de la historia de todo el continente: Rumiñahui, Atahualpa, Benalcázar y Bolívar. Calles que escucharon los discursos de Velasco, por donde arrastraron a Alfaro y cayó muerto a machetazos el presidente García Moreno. Calles centenarias donde miles de rebeldes Quiteños caminaron para hacerse escuchar (y se hicieron escuchar tanto que terminó con el derrocamiento de varios presidentes). Como mucho de lo que somos tiene que ver de dónde venimos, vengo de gente rebelde, que prefirieron quemar toda una ciudad antes que rendirse.


No estudie Arte, pero aprendí a apreciarla en la Compañía y su impresionante barroco cubierto de oro. Aprendí de belleza en el convento de San Francisco y de drama en los altísimos campanarios de la Basílica del Voto Nacional. No en vano se conoce a Quito como La Florencia de Sudamérica.


Nunca fui fan de las películas de ciencia ficción porque las leyendas me parecían más emocionantes: La casa 1028, el muerto del Candelerazo, La María Angula, El Padre Almeida y la mi favorita, El atrio de San Francisco. Crecí convencida que aquí somos todos pilas, por que algo de la perspicacia de Cantuña al menos nos salpicó. Y un poco fiesteros también, porque también algo aprendimos del padre Almeida. Y ni les cuento de la erupción del Guagua Pichincha del 98, hasta ahora ningún efecto especial me ha causado el mismo shock que ese espectáculo.


Aprender a manejar fue una de las experiencias más aterradoras: carro manual con cuestas pronunciadas, calles angostas, algunas empedradas y conductores con poca paciencia. Así conocí la adrenalina.


Siempre quiero empezar la dieta, pero es que se me va el año rapidísimo entre colada morada, canelazos, empanadas, pristiños y pavo, bombas de agua, fanesca, las cometa, los vientazos y los helados de paila. Aunque creciendo envidiaba un poco ver las ciudades que tienen nieve, no lo cambiaría por ver mis veranos pintados de rosa por los Arupos, ni los diciembres de claveles rojos.



Siempre fui fan del fútbol del domingo, al principio era mas fan de las empanadas de morocho y los helados de mora que se pegan en la lengua, que del juego. Y si eran tripletas, mejor, porque había tiempo para comer también un sánduche de pernil y habas fritas con maní. Y aunque estoy muy consciente de que tal vez un mundial de fútbol no se jugué en un futuro cercano en mi ciudad, tampoco lo necesitamos, porque Quito ha sido sede del mundial del 40 desde hace mas de 60 años. Además de ser el único mundial del mundo donde el único participante es el país anfitrión.


Entre todos mis viajes me di cuenta de una cosa, aquí tenemos los buses más divertidos del mundo. Se baila y se canta, y en mis tiempos había que esquivar cables y puentes mientras se hacia todo eso.


Algunos personajes marcaron mi vida en esta ciudad: Don Evaristo, a quien conocí en mi primer rompecabezas y me enseño a ser buena Quiteña. Y a Máximo, quien, aunque intento hacer que vaya feliz a las vacunas, no lo logro (todavía canto la canción en mi cabeza cada vez que veo agujas). Y de los que me enseñaron de diversidad: La torera y las Viudas del 31 de diciembre.

Esta es mi ciudad, la más antigua de Sudamérica y el centro político desde siempre. Una metrópoli que aunque va cambiando rapidísimo, conserva su corazón histórico intacto, tanto así que fue la primera ciudad en ser nombrada Patrimonio Cultural de la Humanidad. Una ciudad que ha sobrevivido terremotos, erupciones, migraciones masivas y malos gobiernos.


Es mi ciudad, con las terrazas mas bonitas, los valles calientitos, la mayor cantidad de iglesias por metro cuadrado del mundo (quitando al Vaticano porque eso es trampa) y hasta una bruja tan famosas que para verla hay que esperar más de 5 horas.


No se si es porque estoy enamorada de Quito, pero entre las más de 270 ciudades del mundo que he podido visitar, no he encontrado una más bonita que la Carita de Dios.

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